martes, 21 de julio de 2009

Apéndice


… un florecimiento en el sustento mismo del universo: en el amor.

“¡He perdido mi gotita de rocío!”,
dice la flor al cielo del amanecer,
que ha perdido todas sus estrellas.

Rabindranath Tagore

Esta edición se basará en la aparente simpleza de una gota de rocío.
Una mirada es un viaje que puede terminar en el instante mismo de la imagen de aquello que miramos.
O bien ese viaje puede continuar hasta lo apasionante de la aventura si nos detenemos en la observación.
Todo nos ofrece su PUREZA, su canto inocente y quedo siempre dispuesto a lo vivo de nuestros sentimientos y sensibilidad.

Antes de las primeras luces del alba las gotas de rocio se forman por la lluvia que cayó.
O cuando la neblina se posa sobre la hierba y sobre los brotes tiernos de la vegetación.
También por la unión de moléculas y gotas diminutas de agua en la humedad del aire o de la tierra.

Cuando aparece el SOL la gota de rocio tiene un destino no menos apasionante que el de su aparición.
Caerá sobre la generosidad fértil de la tierra o se evaporizará en el aire para pretender el vuelo de las nubes o se integrará a la serenidad de un estanque o lago o al rápido o lento correr de los arroyos.

Todo esto es PUREZA: no detenerse nunca en su propia y constante transformación.
Uniendo todos los procesos vitales la trasformación continua del agua es una corriente que inspira a poetizar.
Su fluir es el vínculo y sustento de lo material e inmaterial, de lo orgánico e inorgánico.

Es no detenerse en una imagen ni en un concepto sino continuar su maravilloso viaje a perpetuidad.
En este perpetuo cambiar podemos trascender.
Trascender desde la luz y de la oscuridad al movimiento de uno mismo en su interior y trascender al cambio sin pausa de la totalidad.
Trascender hacia la música universal.
“…y una mañana, levantándose con la aurora, se colocó delante del sol y le habló así:
«¡Tú gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!”
¡Entenderás con el tiempo que una gota de amor puede más que un océano de odio y que la gota de rocío domina más a la flor que el rugido de la tempestad!
Autor anónimo

lunes, 6 de julio de 2009

Pero al fin su corazón se transformó (III)

“Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se cansó de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó, - y una mañana, levantándose con la aurora, se colocó delante del sol y le habló así:”…
No es fácil hablar sobre esta experiencia nitzscheana desde la tradición de la filosofía basada en la estructura de pensamiento platónica aristotélica.
Esta inmersión total en la pureza de la nada es tan subjetiva y tan desligada de toda argumentación y de todo discurso que las palabras pierden su función.
Tampoco sirven los instrumentos del pensamiento, pues al no haber nada sobre lo que se pueda pensar cualquier pensamiento se disuelve.
Nadie que no haya pasado por tal vivencia podría siquiera imaginar esa otra cara o dimensión del universo y mucho menos hablar sobre ello.
Pero hay facultades en el ser humano que pueden dar cuenta de tal aventura: La música en un primer momento y la intuición hecha poesía o arte en un segundo lugar.
Es en la música donde se puede oír y sentir como fluye la vitalidad, no sólo la humana sino la de todo el universo.
Es en la poesía donde se llega desde la palabra al borde de lo infinito para sentir su brisa y la ternura de su caricia cuando sopla y canta con delicadeza en nuestro espíritu.
Encontré dos ejemplos que nos iluminan sobre lo anteriormente dicho.
Uno es de Pablo Neruda:
“Puse la frente entre las olas profundas,
descendí como gota entre la paz sulfúrica,
y, como un ciego, regresé al jazmín
de la gastada primavera humana.”
Otro lo encontré en el blog Ababol en una cita de Emile Cioran:
Cuando me paseaba a una hora tardia
por esa avenida bordeada de arboles,una
castaña cayo a mis pies, el ruido que,
hizo al estallar,el eco que se suscito en
mi y un sobrecogimiento
desproporcionado ante este incidente
infinito me sumergieron en el milagro,en
la embriaguez de lo infinito,como si ya
no hubieran preguntas,solo respuestas.
Cuando el pensamiento desaparece no hay nada que se pueda decir, nos queda entonces el corazón contenido en la totalidad del universo para vivir y expresar esa totalidad.
La cabeza dirá “una castaña” y eso es todo… suficiente.
Oigamos lo que puede decir el corazón, otra vez con Pablo Neruda en una oda a una castaña:
caíste
completa
de madera pulida,
de lúcida caoba,
lista
como un violín que acaba
de nacer en la altura,
y cae
terminado en secreto
entre pájaros y hojas,
escuela de la forma,
linaje de leña y de la harina,
instrumento ovalado
que guarda en su estructura
delicia intacta y rosa comestible.
En lo alto abandonaste
el erizado erizo
que, entreabrió sus espinas
en la luz del castaño,
por esa partidura
viste el mundo,
pájaros
llenos de sílabas,
rocío
con estrellas,
y abajo
cabezas de muchachos y muchachas,
hierbas que tiemblan sin reposo,
humo que sube y sube.
Te decidiste,
castaña,
y saltaste a la tierra,
bruñida y preparada,
endurecida y suave
como un pequeño seno
de las islas de América.
Caíste
golpeando
el suelo
pero nada pasó,
la hierba
siguió temblando, el viejo
castaño susurró como las bocas
de toda una arboleda,
cayó una hoja del otoño rojo,
firme siguieron trabajando
las horas en la tierra.
Porque eres
sólo
una semilla,
castaño, otoño, tierra,
agua, altura, silencio
prepararon el germen,
la harinosa espesura,
los párpados maternos
que abrirán, enterrados,
de nuevo hacia la altura
la magnitud sencilla
de un follaje,
la oscura trama húmeda
de unas nuevas raíces,
las antiguas y nuevas dimensiones
de otro castaño en la tierra.
Cuando el corazón se posa en el silencio se afirma y se da nuestra verdadera individualidad. No hay posibidades de escape ni de ir a alguna parte, es allí donde se decanta nuestro centro y somos lo que somos.
No podemos acudir a nada ni a nadie, ni material o abstracto, solo somos nosotros mismos, ni nadie puede acudir a nosotros.
Esa es la dicha de nuestro segundo nacimiento, de ahí en adelante el universo empieza a brotar con pasión desde nuestro propio centro, llegamos a nuestra única autenticidad.
No necesitamos los pensamientos de nadie ni las creencias en alguien para decir, callar o ser.

Es un florecimiento en el sustento mismo del universo: en el amor.
Es una comunión con el devenir eterno, comunión donde dejamos de ser agresivos con la totalidad, porque ya no necesitamos someter a nadie ni a nada, sólo danzar y cantar.
Al llegar a ser uno con el universo ya no hay miedo, los finales desaparecen y solo quedan las trascendencias.
Trascendencias que nos colmarán siempre de alegrías y respuestas, es decir de total sabiduría. Ya lo decía Picasso “Yo no busco, encuentro…”
Habrá tal abundancia de amor y de sabiduría en nosotros que nunca nos cansaremos de dar, repartir y compartir.
Es en el silencio donde nuestro corazón puede sufrir una definitiva transformación…